domingo, 13 de junio de 2010

Nativos digitales/Parte II/Capítulo IV: Educando a los Nativos digitales

Resumen hecho por Jorge Ortiz, Patricia Laola, Francisco Franco e Irene Mocinich.

Bendición académicamente correcta de la cultura audiovisual

Cuando John Fiske escribió a fines de los años 70 Television Culture, su célebre análisis acerca de la TV, surgió un nuevo género académico: los análisis teóricos de la TV.

El valor no le era intrínseco sino que era apenas una excusa para hacer el agosto de los intelectuales y académicos que habían encontrado un hombre de paja adonde asestar mandobles fáciles, provenientes de la alta cultura.

Posteriormente, los videojuegos iban a recibir un arco de atención que seguiría el camino del análisis crítico de la TV. Con respecto a estos últimos, todos están de acuerdo en que lo único bueno que pueden llegar a tener es precisamente la mejoría de la coordinación mente-ojo y que ésta sería contrarestada por las tramas innobles y sobre todo por la siempre presente reivindicación del sexo en los programas. A punto tal es la crítica, que según Litwin, 2008; Bauerlein, 2008; Jackson, 2008 y Wolf, 2007, sería conveniente abandonar los videojuegos y en materia educativa volver a la tiza y pizarrón.

Por lo que vemos, hay algo en la matriz cultural de la crítica a la Televisión y a los Videojuegos que los subtiende por igual y los convierte en kelpers del conocimiento y la cognición.

Contra el reduccionismo simbólico/semiótico de los videojuegos y la TV

A partir de nuevos estudios, más refinados de la TV y los videojuegos, realizados por Bogost (2006); Taylor (2007); Castronovo (2005,2008); Juul (2005); Wolf (2001, 2003); entre otros, han cambiado completamente la plataforma teórica desde la cual se los analizaba y suprimieron esa reducción simbólico /semiótica de los videojuegos. La relectura de la televisión a la que adhiere Piscitelli es la de Steven Johnson (2005) a partir de su publicación de Everything bad is good for you. How today’s popular culture is actually making us smarter. Siguiendo con sus intervenciones anteriores, Johnson pone en resonancia una lectura que tiene su base de operaciones en el entrecruzamiento de las neurociencias, las teorías narrativas, la teoría de las redes sociales y la economía. La aparición de la serie “24”, la película de suspenso en tiempo real conocida por su tensión y violencia, generó una serie de controversias y críticas, sobre todo por su retrato de los terroristas musulmanes y su predilección por escenas de tortura.

Para Johnson, lo notable es que el cambio de contenido ha ido de consuno con un cambio de las formas. En los escasos 44 minutos que dura el episodio, este conecta las vidas de 21 personajes diferentes, cada uno con un arco narrativo propio y nueve hilos narrativos se apoyan en información y hechos presentados en los episodios previos. Es decir tiene un entramado muy complejo que requieren un esfuerzo cognitivo considerable.

Esto deja al descubierto que las letanías de Sartori y compañía, acerca de la caída abrupta de las masas en la estupidez, deben ser radicalmente revisadas y descartadas.

Porque programas como 24, ER y The West Wing están demostrando que la cultura televisiva se está volviendo cada vez más -y no menos- cognitivamente exigente.

Series hipercomplejas, cerebros hiperestimulados
Para poder divertirnos con series como 24, Los Sopranos, The L- Word, Lost etc., tenemos que prestar mucha atención, hacer muchas inferencias y sobretodo llevar una detallada y difícil cuenta de las relaciones sociales en constante mutación de los personajes.

Johnson llama la Curva del Dormilón a la constatación de que los videojuegos, la violencia televisiva, las comedias de situaciones juveniles, pero especialmente los reality shows, tienen un valor nutricional e intelectual de primera magnitud.

Hubo dos maneras de pensar estos fenómenos. La sartoriana ve en el desarrollo de la cultura popular de los últimos 50 o 500 años un pasaporte seguro e irreversible hacia la decadencia de la cultura occidental.
La segunda insiste en que, aún si es cierto que los medios han perdido estatura moral y capacidad de liderazgo ético, al menos han ganado en realismo y en crudeza, mostrándonos el mundo tal cual es.

Actualmente Johnson adopta una nueva manera de mirar el fenómeno, que el autor comparte, y es la que sostiene que los medios no tienen porqué ser el faro de la moral burguesa, y que lo mejor sería entenderlos como entrenamientos en cognición diversa y compleja.

Para medir los efectos de los medios, no tanto en términos de impacto positivo o negativo, habría que hacerlo en términos de analizar qué tipo de pensamiento hay que ejercer para que una experiencia cultural tenga sentido.

La TV también sirve para pensar
En series como El Show de Mary Tyler Moore o con Murphy Brown no hay que hacer esfuerzo intelectual alguno para gozar del show. No desafiamos a nuestra mente, porque en ellas el juego intelectual tiene lugar en la pantalla, no en nuestra cabeza.

La TV parasita a la lectura
Según Johnson, un nuevo tipo de inteligencia televisiva afloró y parece parasitar todos los componentes cognitivos nobles asociados a la lectura: atención, paciencia, retención, paneo simultáneo de líneas narrativas.
La complejidad creciente está asociada a tres elementos centrales: múltiples relatos, señalamientos intermitentes y redes sociales.
En series como Hill Street Blues, la narrativa enlaza muchísimas hebras diferentes. El número de personajes básicos aumenta también exponencialmente. Y cada episodio tiene bordes borrosos.

Para Johnson lo novedoso de esta serie fue que combinara la estructura narrativa compleja (que ya preexistía) con una temática en sí misma compleja.

La TV inteligente de hoy. Larga vida a The Sopranos
En la televisión inteligente de hoy se destaca Los Sopranos, donde hay una docena de líneas narrativas con más de 20 personajes entrando y saliendo permanentemente. Cada línea es muy detallada y compleja. Aquí no hay argumentos mayores y menores, todo importa y todo tiene su valor propio. Porque cada escena conecta generalmente con tres líneas simultáneas, y además cada hecho se conecta con episodios anteriores, arrastrado a veces a lo largo de varias temporadas y proyectando el futuro abierto, lo que genera una polifonía de situaciones que nos hacen maravillarnos y al mismo tiempo temer el hiperrealismo, la densidad y la “humanización” propia de esta forma de narrar.

Johnson, que ha dibujado estas secuencias, nos muestra gráficamente no solo un mapa de la evolución de los formatos televisivos, sino también un mapa de los cambios cognitivos en la mente popular.

En las series clásicas existía la completitud informacional, en cambio en las series inteligentes lo que vemos es la deliberada introducción de misterios y ambigüedades en el presente, no en el futuro. La idea de las series es que nosotros sintamos la misma confusión que sienten los personajes.

La falta de anclajes se extiende maliciosamente hasta el micro nivel de los diálogos.

Por eso, por ejemplo, más que insistir en la cantidad de sangre y de golpes bajos que retozan entre los episodios de ER y también de Dr. House habría que prestar bastante mas atención a la sutileza y discreción con que trata a sus personajes y, sobretodo, al espectador.


Cuando la excepción es la regla
Respecto de los reality shows que sin parar, invadieron la TV, Johnson responde que en todos los tiempos siempre hubo escasos buenos programas y siempre exhibió bazofia a granel.

Mientras que la televisión de los 60/70 tomaba sus claves del teatro, los reality shows lo hacen de los videojuegos. Se trata de juegos competitivos que se vuelven cada vez más desafiantes, hasta el punto de que las reglas no están dadas desde el principio; uno aprende a jugar, jugando.

Johnson -respecto de los reality- afirma que lo interesante no es ver cómo se humilla al participante, sino poner a la gente en un entorno complejo bajo presión, sin reglas preestablecidas y ver cómo se las arreglan para desenvolverse en un “juego de la vida” a escala social.

Lo que ha hecho la tecnología corporal del Reality Show es llevar las adivinanzas del juego al prime time, solo que el juego en cuestión aquí no está ligado a la destreza física sino a la emocional y social.

Si The Simpsons o ER nos llaman la atención es porque al superponer capas y capas argumentales tenemos que hacer un esfuerzo denodado para entender qué está pasando, y al hacerlo estamos ejercitando esas partes del cerebro que mapean redes sociales, que llevan información faltante y que conectan múltiples tramas narrativas.

El mercado y el cerebro unidos, jamás serán vencidos
Lo fantástico del enfoque de Johnson es cómo combina las necesidades de la economía con las de las neurociencias.

La cosa es así: la industria de los contenidos no regala nada, por lo que si la TV se vuelve más inteligente, ello se debe pura y exclusivamente a que hay mucha plata en juego cuando de volver a la gente más inteligente se trata.

Por otra parte la propia web, gracias a los foros y a los fanáticos, ha convertido a cada show en una exquisitez digna de comentarios en la red y quieren compartir su conocimiento con otros, permitiendo que la complejidad se acreciente exponencialmente y tener adónde recurrir para entender de qué se trata.

Johnson, al igual que otros autores como Honoré (2008), sostiene que la divisoria ya no debe pasar por el peligro potencial de las ciberculturas sino por los procesos/productos de aumento de la inteligencia.

Aboga, y lo seguimos en esto, por un sistema de clasificación que use al esfuerzo mental, y no a la obscenidad y la violencia, como determinantes de qué vale la pena mirar o de qué no.

Dejémonos de sermonear con la crisis y empecemos a vivir del lado de la oportunidad. La cultura inteligente ya no es más un suplemento vitamínico que se inyecta en los chicos. Se trata de una invitación a compartir un mundo inmensamente más complejo y por lo tanto más enriquecedor.

SERIE DE TV: 24

La estilística videográfica de 24. La idiosincrasia de una serie sin par.
Como sucede con la mayoría de la películas, el 70% de 24 se rueda fuera de estudios; y aun cuando se filma en interiores proliferan los primeros planos, lo que es mucho más prototípico de las películas convencionales que de las series televisivas. Se utilizan técnicas de filmación cinematográficas como el claroscuro, y el tratamiento de muchas escenas imita al mejor cine profesional.

El rasgo más distintivo de 24 es su dependencia hiperbólica en lo videográfico, con sus orígenes en la manipulación electrónica, hiperactividad y obsesión por los efectos especiales. En el caso de 24 lo que mas llamó la atención en sus inicios fueron los relojes digitales, el texto en la pantalla, las pantallas divididas y la increíble superposición en la escasa pantalla televisiva de hasta 5 escenas simultáneamente, todas con su correspondiente carga dramática.

En esos casos muchas veces dos pantallas muestran la misma escena, desde distintos ángulos de cámara demostrando la falta de interés por lo narrativo y el interés mas que especial en lo videográfico.

En una primera lectura, este sobreénfasis en lo videográfico descalificaría las pretensiones a formar parte de la Televisión de Calidad. 24 pretende contagiar un efecto de realidad combinando los marcadores visuales de la televisión en vivo con una estructura narrativa, tratando de conectar como no se lo había intentado nunca antes los ritmos del programa con los ritmos de la vida cotidiana del televidente.
Lo que ha logrado 24 es no solo inventar una nueva estética que logró promocionar lo videográfico convirtiéndolo en estructura narrativa, sino que encima ha generado una posibilidad de autorreflexión estilística televisiva con un efecto prodigioso.

No se trata tan solo de un sobre énfasis en lo visual, sino que el exhibicionismo narrativo de 24 está mucho más ligado a las constricciones estructurales supuestas en su compromiso con el tiempo real. En 24, la serialidad es la norma, y este rasgo tiene un rol protagónico por sobre lo episódico, como en ninguna otra serie de la televisión mundial. Este rasgo es tan determinante que la tensión narrativa de la serie pasa mucho más por la estructura que por la complejidad de los personajes o por el argumento. Al mismo tiempo se utilizan todo tipo de recursos para enfatizar que el show tiene lugar en tiempo real, buscando crear ansiedad y suspenso.

Donde 24 se aleja más que nunca de la Televisión de Calidad es cuando nos referimos a la densidad narrativa y al carácter altruista y progresista de los personajes que son su sello de fábrica.

Y aun así, justamente por salirse del marco pedagógico, 24 muestra que toda acción tiene una resultante, que los dilemas morales no tienen ganadores y que detrás de la política hay maquinaciones sin fin: 24 retrata bastante fidedignamente el tipo del mundo en el que no esta tocando vivir.

SERIE DE TV: DR. HOUSE M.D.

¿En qué consiste el argumento de la serie?

House es un doctor que junto con su equipo enfrentan el desafío de diagnosticar a pacientes con casos clínicos especiales e indescifrables para el resto de los médicos clínicos. Los capítulos consisten en pacientes, que tienen un ataque de algo que los pone al borde de la muerte. Todos los diagnósticos preliminares y los tests siempre dan mal, pero al final, una súbita iluminación de House resuelve el intrincado desafío. Con un método abductivo que nos hace acordar a Sherlock Holmes, finalmente se restaura el orden.

Espectáculo visual, virtuosismo narrativo y algo más
Estas nuevas series televisivas como Dr. House comparten una capacidad creciente para desarrollar personajes y tramas, aumentar la riqueza audiovisual, sofisticación, planteamientos arriesgados y contenidos provocativos, los que revelan los principales problemas de la actualidad y critican el mundo en que nos toca vivir.

House, a diferencia de muchas de las otras series que nos han conmovido últimamente, tiene un rasgo inequívoco, su estructura narrativa es repetitiva, relativamente simple y por ello mismo inmensamente transgresora. House apuesta mucho más al espectáculo visual y al virtuosismo narrativo que a lo dramático.

David Shore, el guionista de la serie, sabía qué es lo que quería obtener cuando definió al proyecto como una serie de misterio que reflexionaría sobre las relaciones humanas. Todo lleva a que esta serie televisiva sea una de las mejores encarnaciones de lo difícil que es “mostrarse” para los demás en el mundo actual. Generalmente, se toma a la serie como una representación más fiel de los ambientes de trabajo actuales. Si hay una (o dos) constantes en House, éstas pueden hallarse en la permanente referencia a las inestabilidades emocionales que provocan las tensiones de la vida contemporánea, pero no solo en el plano subjetivo de la intimidad, sino también en el contexto, objetivo, social en el que se organiza el trabajo.

House es una de las críticas más virulentas y efectivas de la sociedad post-moderna que jamás hayamos visto.

El personaje de House nos atrapa por su humor ácido e irónico; no conoce límites, ni la cercanía con la muerte lo reblandece. House está construido como experto conocedor de los misterios de la vida, pudiendo de este modo contextualizar el origen de las enfermedades, y convirtiendo cada episodio en una auténtica muestra didáctica de la construcción social de las enfermedades. Si los casos son extremadamente difíciles de resolver y siempre necesitan de la sentencia final de la enorme y única capacidad abductiva de House para resolverlos.

La crisis de la intimidad, la disolución del mundo moderno, la fluidificación de las relaciones son todas condensadas y expuestas en cada capítulo de House. En esta serie el amor romántico no tiene espacio alguno: aquí no hay lugar para la vida en pareja. Si bien el estereotipo de los médicos tiende a ser de solitarios y atormentados, en House este estado de insatisfacción contagia a todos los personajes, por más secundarios que sean. Para House un principio de inferencia crucial es que no existen adolescentes sinceros ni matrimonios fieles; no sé si muchos se animaran a desautorizarlo.

El inesperado retorno de la pedagogía televisiva
House no es un redentor, pero el hombre tiene algo, además del interminable dolor de la cojera suavizado a expensas de la morfina (Vicodina)

Es un ser solo, y siempre fiel a si mismo. Y aun en los momentos de mayor desasosiego, de trampas que le tienden y que se tiende el mismo, de tentaciones de todo tipo, el hombre mantiene en alto su autoestima y sigue adelante. Porque para él lo único que merece la pena es esforzarnos a ser mejores personas.

Queda claro en House que algo no funciona bien. Que lo que nos da sentido no es el trabajo por mejor hecho que esté. Pero curiosa, inesperada y sorprendentemente House nos trasmite confianza y seguridad para seguir viviendo.

House legitima el concepto de cultura televisiva, echando por tierra los mil y un manuales y tratados que la desprecian como escoria y contraponen la incultura de la pantalla a la cultura del papel.

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